lunes, 3 de junio de 2013

Del Tanque

         Hacía tiempo que tenía ganas de Pizzarear, de preparar unas buenas Pizzas en casa. Pero esto que suena muy sencillo, no lo es tanto. Por lo menos para un Pizzario, que se precie de tal. Se puede simplificar las cosas, o disminuir los riesgos de un ominoso fracaso, amasando sus propias Pizzas. Pero no siempre se cuenta con el tiempo necesario para hacerlo correctamente. Motivo por el cuál la semana pasada emprendí la búsqueda de una pre Pizza que valga la pena ir a comprar, preparar y por sobre todo, comer.
         No hay muchos lugares dónde conseguir una pre Pizza así. Al menos yo no recuerdo muchas panaderías  a dónde haya vuelto por las pre Pizzas que venden. Existen como en todo orden, un par de excepciones. Una de ellas es la panadería San Martín, de City Bell. Establecimiento al que he ido desde hace más de 30 años, sobre todo por sus colaciones de dulce de leche, realmente inigualables. Pero a cuyas pre Pizzas le presto atención desde hace muy poco. 
            Esta panadería se encuentra enfrente a ABSA,  como ya dijimos, en City Bell. Justamente en el predio de esta dependencia provincial se erige uno de los típicos tanques de agua que la antigua Obras Sanitarias construyó por toda la provincia de Buenos Aires. Cincuenta metros de distancia, calle 13 de por medio, separan el tanque de la Panadería. Pero su gran tamaño lo hacer parecer mucho más cercano. Por eso muchos la llamamos la del tanque.
            Me gusta City Bell. Y me encantan las Pizzas. Pero ir a City Bell sólo a buscar Pizzas, es demasiado. Por suerte, a principios de la semana pasada, me enteré que mi hermano debía ir a para allá. Ni bien lo tuve delante mío le dije.
_Cuando termines de hacer tus cosas, te vas hasta la panadería del tanque y me traes unas Pizzas, por favor. _ Siempre hay que colocar un por favor en algún lado. Para no sonar imperativo ni prepotente.
           Mi hermano, cuya obediencia no es una de sus características más definitorias, cumplió el pedido con eficacia soviética.
_ Traje diez. _ Me dijo por teléfono, ya de vuelta de su peregrinaje por la comarca pincharrata . Luego me aclaró, _ La mitad son para mí.
             Cinco es un buen número. Somos cuatro en casa, para dos suculentas Pizzereadas alcanzan, con seguridad. Esto fue el miércoles. Tres fueron al freezer y dos quedaron fuera a la espera de la mejor oportunidad. Sería el sábado 25 de mayo, al mediodía. Dos días en los cuáles las pre Pizzas quedaron en la mesada, a un costado; esperando, exhibidas como un trofeo.
             Ahora había que determinar qué Pizza haría y arbitrar los medios para conseguir los ingredientes necesarios. Una de Mozzarella y una Especial, está más que bien. Por lo general no me muevo del barrio. Pero esta vez me dirigí a mi mujer y le pedí, con poca precisión.
_Si vas a la quesería de 64, trae lo de las Pizzas.
              El sábado al promediar la mañana salí para la verdulería; empotrada en una de las esquinas de 19 y 56. Compré tomate perita, cebolla, y adobo. La salsa que lleva la Pizza es fundamental. Yo le pongo cebolla, que a muchos no le gusta. La hago bastante picante. Y la uso en abundancia.
               Así que de vuelta en casa me dispuse a prepararla: mucho ajo, que ya tenía, picado muy pequeño. Un poco más de medio kilogramo de cebolla, también cortada muy pequeña. Todo esto rehogado en aceite hasta que la cebolla quede transparente y dulce. Luego lavé y limpié el kilo y medio de tomate. Lo licué y llegado el momento lo vertí en la olla. Previamente había sazonado con sal y adobo. Luego del tomate, azúcar; para matar la acidez. Ahora había que hervir todo, todo lo posible. Y, de mientras, uno debe ir probando. Nada debe quedar al azar.
             Las Pizzas de la panadería San Martín son de molde; bien de molde. No caben dudas de eso: dos centímetros de espesor; parejo en toda la superficie. Y muy frescas, siempre. Esto obliga a tratarlas con cuidado, tal vez más de lo habitual, para evitar roturas innecesarias que nos aportarán sólo problemas a la hora de servirla. También nos veremos compelidos, por esto mismo, a aplicarle unos cuantos minutos de calor fuerte; previo a que le coloquemos el queso y demás ingredientes. De lo contrario las porciones serán de difícil manipulación, e imposible llevarlas a la boca con una sola mano.
             Doce y media arrojé la primera al horno: un artefacto eléctrico, de mesada y de setenta litros de capacidad. Aparte de su calor seco, lo que tiene de conveniente esta clase de electrodomésticos es que puede generar temperatura desde arriba y abajo simultáneamente. Esto facilita mucho la cocción.
             Al tiempo que sometía la pre Pizza a los efectos del calor, me dispuse a preparar el fiambre y el queso. Limpié las fetas de jamón de la grasa periférica con que las suelen cortar en los supermercados. Luego corté y desarmé el queso en pequeños cubos para poder colocarlos más rápidamente, una vez fuera la Pizza del horno.
            El 25 de mayo muchos negocios, grandes y pequeños, están cerrados; por lo menos en La Plata. La quesería de 64, fue uno de ellos. Mi mujer debió recurrir a un plan b: El Palacio de los Quesos de diagonal 74. Aquí venden buenos productos, pero no los que habitualmente utilizo en casa; como el queso mantecoso Babi o el Punta del Agua. Mi mujer se dejó tentar por el Trelew, cuyo reggianito es muy recomendable.
            Desconocía este queso. A primera vista, o para ser más preciso, al primer contacto con mis dedos, daba la sensación de ser muy blando. Esta característica que pareciera conveniente para facilitar la cobertura total de la Pizza, puede jugar en contra, si es excesiva.
            Luego de quince minutos aproximadamente retiré la pre Pizza del horno. La dejé en la mesada y comencé a vestirla con los ingredientes. Primero, una generosa cantidad de salsa, que todavía estaba hirviendo en la olla. A continuación dispuse, de la manera que creí más apropiada, cinco fetas de espesor interesante. Una vez colocada la última, la Pizza había quedado totalmente cubierta. Le tocaba el turno al queso, que en contacto con el calor reinante en la cocina, se había tornado difícil de manipular. Pero una de las virtudes que tiene la Pizza, es que su elegancia es bastante heterodoxa, y no requiere de mayores habilidades más relacionadas con las artes plásticas que con la gastronomía. Así que esparcí los cubos de manera homogénea y rápidamente la devolví a las fauces del horno.
          Diez minutos fueron suficientes. Le eché el primer vistazo y puede ver que el queso ya se derramaba por el perímetro pizzerístico. A mesa y a misa, una sola vez se avisa, decía mi abuela. Y yo también. Di el primer y único alarido de convocatoria y aguardé unos minutos que aparecieran las primeras señales del gratinado del queso. Retiré la Pizza del horno, la llevé a la mesa y la puse sobre una tabla para facilitar el trozado en porciones. Coloqué la segunda en el horno y volví a la mesa.
          Cuando hinqué la cuchilla en la Pizza aún humeante, ya se encontraban todos los comensales apostados en sus lugares alrededor de la mesa. Con los platos en sus manos, listos para recibir su porción, a su turno se acercaban para evitar que los típicos hilos  de queso quedaran diseminados por la mesa en todas direcciones. Al levantar la primer porción, el queso fundido se derramó sobre la tabla en cantidades poco aconsejables. Efectivamente:no sólo parecía, sino que el queso era muy sensible a los efectos de la alta temperatura. Intenté acomodar la situación. Pero de inmediato me di cuenta que era inútil. Me resigné y lo dejé para  la segunda ronda de porciones.
           Finalmente fue mi turno. Me serví una porción y me senté. Acomodé el plato frente a mi y me dispuse a comer. Engullí el primer bocado con poca gracia, pero con placer. Nada de qué quejarme. La masa, que había adquirido piso, se encontraba en un estado ideal: crocante por debajo, esponjosa y de ojos medianos el resto, no se apelmazaba al sufrir la presión de los cubiertos y por sobre todo, sabrosa, muy sabrosa. Los ingredientes colocados encima de la Pizza se conjugaban de manera perfecta:  abundante cantidad de salsa, generosa dosis de jamón, que llegaba, en sectores, hasta el borde dónde quedaba sin cobertura.
            Bocado tras bocado fue desapareciendo la Pizza de mi plato. Bastaron apenas unos minutos para comer el último trozo. Sus cualidades permanecían inalterables. Salvo la temperatura, que mermaba con el correr de los minutos.
             Luego se vino el segundo reparto: todo se repitió con exactitud, previsible y afortunadamente. En sólo quince minutos, la Pizza pasó a ser sólo un relato.
               Sin demora me encargué del ejemplar que estaba en el horno. Su preparación resultaría más sencilla: se trataba de una de mussa. La llevé a la mesada, dispuse los ingredientes de manera y proporciones similares a la anterior. Y rápidamente la devolví a las entrañas del horno.
                De los ingredientes que uno necesita para preparar Pizza, el único que no se puede comprar es la paciencia. Y mi ADN, lamentablemente, no proveyó de mucha, al menos a la hora de comer. Motivo por el cual, ni bien el queso estuvo fundido, la retiré del horno y la llevé a la mesa.
               El aspecto era prácticamente igual a la anterior: faltaban sólo las pequeñas llagas gratinadas en el queso y las fetas de jamón sobresaliendo por los bordes. Al traspasarla de la Pizzera a la tabla, se notó con facilidad que era menos consistente: la gravedad dejaba sentir sus efectos impiadosamente. Para evitar percances innecesarios, debí manejar la situación con mayor pericia.
               Sutilezas al margen, está Pizza corrió la misma suerte que la anterior. Sin importar que ya el hambre había sido saciado de manera sensible con la primera, la de mozzarella, tardó únicamente unos minutos más en desparecer por completo, sobre todo por acción de mi actitud voraz e incondicional de comedor de Pizza.

         
    
              

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