miércoles, 21 de agosto de 2013

Ese no sé qué...

       No pocas veces he tratado de dilucidar qué es lo que la hace tan especial. Y finalmente puedo decir, sin temor al vituperio, que no sé la respuesta. Ni una vaga sospecha de ella.
       Y por más que quiera disimular mi ignorancia, no puedo. No sé por qué la Pizza tiene la virtud de pasar por alto brechas culturales, barreras lingüísticas, distancias generacionales, distinciones de clase, diferencias de género, antagonismos ideológicos y cualquier otra antinomia que muy posiblemente esté olvidando. Podríamos argumentar, sin exagerar mucho, que si sos un ser humano, te gusta la Pizza. De lo contrario, te recomendaría que vayas al médico. Por las dudas.
       Es difícil encontrar una comida más venerada que la Pizza. Por ejemplo, el rock nacional, género musical que no se caracteriza por dedicar estrofas ni versos, le ha ofrendado al menos tres temas a esta comida: Moscato, pizza y fainá, de Menphis la blusera; Pizza conmigo, de Alfredo Caseros; y confesiones de un comedor de Pizza, de Ariel Rot.

       Los purretes: esos seres tan complejos y difíciles de sobornar a la hora de la comida, constituyen el ejemplo más gráfico de la simpleza irresistible de la Pizza. Muchas veces uno se ha esforzado en cocinar lo que considera a todas luces un manjar. Y una vez servido, obtenemos elogios por doquier; con distinto grado de sinceridad y compromiso, eso hay que reconocerlo. Todos más que conformes, parecen. Salvo ellos, que por lo general lo rechazan abiertamente con una honestidad que linda la ofensa, argumentando infinidad de cuestiones que son precisamente los puntos fuertes y característicos del plato.
        En cambio, cuándo a los chiquilines se le ofrece Pizza, eso no ocurre. Si se trata de mozzarella, cebolla, cuatro quesos, panceta, napolitana, no les interesa. Si el ejemplar en cuestión es a la piedra, media masa o molde les importa menos aún. La Pizza, saben desde que prácticamente han dejado la mamadera, es algo inevitablemente sabroso por antonomasia, por definición casi.
        Y de grandes, cuando ya no nos cocinamos con el primer hervor, muchos de nosotros seguimos pensando igual. Aunque la mayoría de las veces no lo digamos en voz alta. Como si lo hace el Emilia, el personaje de Julieta Diaz en Dos más dos.
        Ella con su marido conforman un matrimonio de clase media alta acostumbrada a lo que comúnmente se llama buena vida. Al promediar el film la historia recala en una Pizzería, no de barrio pero Pizzería, con todas las letras. Luego de recibir en su mesa la Pizza solicitada, y tomar con fruición su porción con la mano, Emilia, con una simple frase sintetiza lo que pensamos y sobre todo sentimos en este blog.
       Muy posiblemente, eso que confiesa Julieta Díaz al tiempo que se apresta a dar el primer mordisco, no se diferencia demasiado de aquello que piensan y sienten la gran mayoría de los habitantes de este planeta.
       Ahora bien, por qué se da esta comunión entre Pizzahomo sapiens, ya lo dije: no lo sé. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario