martes, 30 de julio de 2013

De Autor

            Según mi recuerdo bastante vago, fue inaugurada hace poco más de dos años. Desde ese entonces, la he visto en innumerable cantidad de ocasiones. Ubicada a pocas cuadras de casa,  cada semana me encuentro, cuando rumbeo para el centro, pasando frente a ella.
            Su cartelería marrón oscuro y su logo con connotaciones precolombinas llaman la atención de quién pase cerca de este local, ubicado en la esquina nordeste de 51 y 16. Sin embargo fue no hace mucho que me percate de una pequeña leyenda escrita con finas letras blancas en diversos lugares de su perímetro: Pizza de Autor, dice.
           Me pareció original. O por lo menos voluntarioso el hecho de querer escaparle a la palabra gourmet acoplada a platos cuya esencia es no serlo. Así que me dije: tengo que venir a probar la Pizza de Kalen.
           El segundo jueves de las vacaciones invernales tuve la oportunidad. Y la aproveché: invité a mi familia a comer Pizza.
           Mediodía soleado pero frío. Pasada ya la ola polar que obligó a emponcharse a más de uno,  el clima continuaba sin tener nada de amistoso. Motivo por el cuál las pocas cuadras que separan Kalen de mi casa las hice en auto. Fuera de la época de vacaciones, esto hubiera sido imposible.
           Estacioné frente a ella; por calle 51. Parte integrante de una casona de dos plantas de principio de siglo XX, Kalen ostenta una fachada parcialmente modernizada: de proporciones más contemporáneas y enmarcados en listones de color marrón oscuro, sus grandes ventanales permiten ver hacia dentro sin mucha dificultad.
           El interior del local se despliega en dos niveles. La planta superior, no muy grande, y a la que se accede por una amplia escalera de metal , está destinada principalmente a los toilettes. En el resto de la losa se ubican un par de sillones muy modernos que se conjugan con mesas ratonas del mismo tipo, pero que desentonan un tanto con el mobiliario rústico de la planta baja.
           La luz del sol abunda dentro del local gracias a los ventanales que jalonan su perímetro. El color marrón oscuro que recubre parte de la fachada, también se encuentra generosamente aplicado a las paredes internas, que combinan con las mesas y sillas de madera. Sin embargo, lo que más resalta a la vista a quién decida adentrase por la puerta de la ochava es el color  naranja algo estridente con el que se pretende matizar la monocromía de los colores ocres.
           Una vez dentro, uno se encuentra rodeado de poco más de una decena de mesas, la escalera y una pequeña barra que separa el salón de la zona de cocina. Nada sugiere que Kalen sea una Pizzería. Su aspecto da más para resto bar, u otro rubro más cool que una pizzería de barrio. Sin embargo, contra todo los prejuicios que sesgan mi parecer, debo admitir que el ambiente me resultó acogedor.
          Uno solo. No había nadie más que pareciera atreverse a las Pizzas de Kalen. Sentado en una de las mesas que dan a los ventanales lindantes con la avenida 51, estaba liquidando sin premura la última porción de una de Muzza. Sin dudarlo, de mala onda nomás, elegimos una mesa que ladeaba uno de los vitrales de calle 16.
         Lo único que me permitía realizar, hasta el momento, una crítica sin rebusques ni tilinguearía era la música. Su volumen estaba demasiado alto para poder mantener una conversación sin esfuerzos ni malos entendidos. Expresé mi queja a mis acompañantes e inmediatamente la música pasó a ser casi imperceptible. Me llevaré la duda a la tumba: o mi cara de fastidio era muy elocuente o sólo fue una feliz coincidencia.
         La moza que deambulaba elegantemente por el salón se aprestó con rapidez y solicitud ante mí. Repartió tres menúes y se retiró.
         El catálogo de Pizzas de Kalen es abundante: cerca de cuarenta variedades.  Como de costumbre, no quise ser ni demasiado conservador, ni excesivamente extravagante. La opción era previsible. Media de roquefort y media criolla; nomenclatura esta última propia de Kalen. El primer cincuenta porciento es simple de describir, mozzarella y roquefort; el otro cincuenta por ciento, es un poco más complicado: mozzarella, panceta, ajíes, cebolla y aceitunas negras. A esto le adjuntamos un plato de sorrentinos a los cuatro quesos y tres gaseosas.
           El pedido llegó con una prontitud poco usual: en menos de quince minutos teníamos las dos mitades en el centro de la mesa; humeantes, listas para zambullirse en ellas. La criolla venía presentada de manera atractiva, tentadora y algo barroca: la mozzarella y la panceta se hallaban completamente ocultas bajo una copiosa cantidad de pequeños trozos de ajíes variopintos y cebollas que promediaban los cinco milímetros de largo aproximadamente. A la descripción de la de roquefort no se le puede agregar mucho a lo ya dicho: generosa cantidad de mozzarella fundida con islas de queso azul, que no estaban escatimadas, pero que tampoco eran una exageración.
           La camarera dejó la Pizza yaciendo sobre algo que hacía las veces de tabla: un redondel de plástico de fiel imitación madera. Segundos apenas luego de que se retirara la moza, comencé a servir las primeras porciones. Una de cada mitad. La primera impresión fue de abundancia y temperatura óptima. Al levantar la primera porción de roquefort, el queso fundido comenzó a derramase inconteniblemente. Con algo de dificultad logré colocarla sobre el plato de una de mis acompañantes.
          A la masa parecía sobrarle un poco humedad, o faltarle algunos minutos de horno. La expectativa, la mía al menos, es que la incisión del cuchillo no haga desaparecer los ojos de la masa por la presión que uno ejerce sobre ella al intentar cortarla. En muchas ocasiones el peso del chuchillo borra los pequeños globos producto de la fermentación dela levadura. Con la Pizza de Kalen la cuestión quedaba a medio camino.
        La de roquefort no daba motivos de queja. Sobre todo si uno no tiene en cuenta lo del párrafo anterior. Tal vez se podría reclamar algo más de queso azul; pero de todas maneras colmaba perfectamente nuestras expectativas. La criolla, por su parte, traía una presentación espectacular: multitud de colores aportados por los ajíes cubeteados delicadamente en una cantidad que le otorgaba un aspecto voluminoso más que llamativo. No obstante, no todo es lo que parece. Lo ajíes, para mi estrecho saber y entender, no estaban suficientemente rehogados en aceite, ni condimentados. Todo muy saludable pero poco sabroso. Y la gran cantidad de vegetales tornaban bastante difícil poder apreciar la textura y el sabor de la panceta y la mozzarella.
         Sin embargo, en poco más de diez minutos quedaban sólo dos porciones de criolla. Conversación entretenida de por medio, un cuarto de hora más tarde, las porciones permanecían en el mismo lugar pero frías.
          Ya lo hemos dicho en este blog: en gran medida, lo apetitosa que nos resulte una Pizza, depende de la temperatura con la cuál nos llegue a nuestra mesa. Motivo este que me permitió tomarme la molestia de solicitar a la moza que calentara nuevamente las dos porciones que habían quedado intactas. La mujer aceptó mi pedido sin inconvenientes y se fue llevándose consigo los dos octavos de Pizza.
         Pocos minutos después la moza estaba de vuelta.
_Hubo un pequeño accidente _dijo con una leve sonrisa al tiempo que se inclinaba hacia mi para darle un tono más confidencial al asunto. _ Las porciones fueron a parar al piso. Así que le estamos preparando una Pizza de cuatro porciones _ concluyó sin perder la sonrisa, dando a entender que eso demoraría un poco más.
         Así fue. Un poco más no era demasiado. Sin darme cuenta del tiempo transcurrido, la moza estaba de regreso con la pequeña Pizza. Completamente diferente a  la anterior: menos cargada de vegetales y con la masa mucho más alta. Ambos detalles mejoraban notablemente la degustación del ejemplar. Al cortarla, también la interacción con la Pizza era muy superior a la anterior: la masa con sus ojos incluidos no se dejaba amedrentar por la presión del cuchillo.
        Con los ojos del barba en la nuca, y de pura gula me terminé las cuatro porciones, en menos tiempo que el aconsejable. Pipón como había quedado, permanecí acodado en la mesa; inmóvil como una boa que acababa de engullir a su presa. Al rato, pedí la cuenta.
        Dos cientos dos pesos. Tal vez un poco excesivo. Creo.

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