sábado, 16 de noviembre de 2013

Abundancia


Versión anglosajona de la cornucopia de la abundancia


       La saciedad es esencial. Y por lo general la saciedad va de la mano de la abundancia. A la hora de Salir de Pizzas, al menos así le sucede al que suscribe, uno tiende a involucionar y tornarse un tanto primitivo: los limites de la educación y el decoro se vuelven poco claros, y con una indiferencia casi proverbial hacia el mundo exterior, uno se dispone disfrutar y comer pantagruélicamente. En este contexto, la Pizza por más sabrosa que sea, o peor si así es, si no viene en generosas cantidades, queda a mitad de camino. 
       Y eso es lo que me ocurrió justamente en Justo José. ¿Por qué digo esto? A continuación se los detallo.


       Hacía dos semanas de la última vez que me había colocado el traje de Pizzario y había salido a la caza de una buena Pizza. Motivo por el cuál hacía días que venía planeando una nueva aventura Pizzerística. El jueves pasado al mediodía se alinearon los astros y me saqué las ganas.
       Hay circunstancias que se repiten, lamentablemente. Por lo cuál las abreviaré para pasar sin tanto detalle a la situación que nos atañe: La Pizza.
      Había arreglado que me encontraría con mi mujer en la puerta del colegio de Victoria y Sofía. Cuando llegué, las tres estaban dentro del auto.  Hice lo propio y salimos al asfalto. Abra Mestro y Pizza Rock fueron las elegidas en primera instancia. Pero parece ser una ley no escrita en la ciudad de La Plata que al mediodía las Pizzerías no abren, al menos una gran cantidad no lo hace.
       Ya que nos encontrábamos en 15 y 40, dentro del auto y con hambre, elegimos Justo José. Nos quedaba a tres cuadras y si está tentativa también fracasaba, nos dirigiríamos a GorII: casi como una comisaría u hospital, esta Pizzería prácticamente no cierra  nunca. Si se está a la deriva y a deshora, uno sabe que puede contar con GorII. Pero la idea era ir en busca de nuevas experiencias. Y ya había denegado la primera petición, tentadora, de reincidir con Bacci.
        Tuvimos suerte. Quince minutos más tarde estábamos dentro de la Pizzería. Pequeña y engarzada en la esquina de 13 y 39 este local detenta características encomiables: pequeño, acogedor, pródigo en ventanales, luminoso, fresco, mesas a la calle si uno prefiere, y por si esto fuera poco, el estacionamiento no es un problema.
        Rapidamente la moza se acercó hasta nuestra mesa. Aclaró que además de Pizzas y empandas había un menú a disposición. Dijimos que no y sin titubeos nos proveyó de las cartas con las diferentes posibilidades de Pizzas. Alrededor de una quincena de alternativas, con nombres propios del lugar y con pocas opciones clásicas. Cada una de las variantes contaba con una descripción detallada de sus ingredientes.
              La tradicional Napolitana con rodajas de tomate, era una de las llamativas ausencias de la carta. Preguntamos si nos podían proveer de una de estas, y nos respondieron afirmativamente sin vueltas. Pedimos media y le agregamos la que más me llamó la atención: Panceta con cebolla de verdeo. Como de costumbre, pedimos gaseosas; y la moza se retiró llevándose la orden con ella.
           Como dije el lugar tenía mucho de lo uno espera de una Pizzería. Por ejemplo nada pretencioso ni snob. Sin embargo las paredes pintadas de verde intenso y naranja rompían con la tradicional postal de un lugar como estos. El salón no debe exceder los 80 metros cuadrado desparramados en forma de una ele de partes iguales. Las mesas, de madera, son llamativamente pequeñas. Tanto que a elección del comensal se puede añadir una mesa mucho más diminuta al solo efecto de apoyar la Pizzera.
               Un único detalle bastante marcado que se puede señalar para la corrección. La forma de ele del local y una sola moza es una combinación factores que de no ser aceitada y ajustada puede traer problemas. Nosotros elegimos el extremo más alejado a la barra y la cocina, para llegar al cual la moza debía girar en el codo que daba forma de ele al local, y lógicamente alejarse del lugar por dónde le entregaban los pedidos. Resultado: la moza , morena y agradable, se mantenía cercana al mostrador e invisible a nuestros ojos, y nosotros a los de ella. Por lo cuál realizar cualquier adición a nuestro pedido requería de una alta dosis de observación y precisión. Sobre todo si uno no deseaba comenzar a los gritos y a mover la los brazos como un naufrago cada vez que fugazmente la moza aparecía por detrás del codo.
              Luego de un lapso prudencial, hasta breve me atrevería a decir, la moza nos trajo la Pizza. La colocó en la mesa destinada a ella y se retiró luego de decir buen provecho. De inmediato la desplazamos hacia el centro de la mesa para facilitar la distribución de las porciones. La mitad de Panceta y cebolla de verdeo tenía una apariencia difícil de igualar: el fiambre cortado en pequeños trozos y al igual que la cebolla se esparcían por todo el hemisferio pizzerístico correspondiente. El otro, el correspondiente a la Napolitana, contaba con pequeñas rodajas de tomate, para mi gusto demasiado gruesas. A esto se le debe agregar trozos no muy grandes de jamón cocido en generosas cantidades.
          La Pizza de Justo José no es de molde. Definitivamente no lo es;  muy finita pero no apelmazada, con los bordes crocantes y sabrosos. La mitad de Panceta altamente recomendable: cargada de queso y demás ingredientes en una proporción ideal para la delgadez de la masa en cuestión. Contaba con un piso suficiente que permitía manejarla y repartirla sin inconvenientes. El verdeo le otorgaba un toque distintivo difícil de encontrar en otras Pizzas. De la mitad restante se puede decir lo mismo. Pero las rodajas de tomate se excedían en su espesor, y se puede decir que restaban más que sumar. Sin embargo la niña que la pidió no presentó queja alguna.
                Cuando quise acordar no tenía más. En escasos minutos, no quedó nada de lo que había sido una Pizza. Y mi estomago y yo nos encontrábamos como un depredador olfateando una huidiza presa herida: necesitaba seguir comiendo o me pondría de malhumor. La moza no se hacía visible y no tenía ganas de esperar. Me levanté y fui a su encuentro. Le solicité media de Cuatro Quesos y volví a la mesa.
               Mis acompañantes habían quedado satisfechas. Allá ellas. Yo quería seguir comiendo; comiendo Pizza. Esperé hablando de no importa mucho de qué, sólo necesitaba matar el tiempo. Por suerte el pedido no tardó en llegar. Mis hijas aprovecharon la oportunidad de tener cerca a la moza para pedir dos flanes con dulce de leche. La moza se retiró y yo me dispuse a comer.
                  Una Cuatro Quesos bastante heterodoxa, no contaba con queso azul. Ni con mucho gusto tampoco. Para ser franco debo decir que se requería cierto esfuerzo para detectar que no se trataba de una simple Pizza de Mozzarella. De todas maneras, corrió la misma suerte que la anterior. Y en breves instantes la Pizzera volvió a estar vacía. Y yo continuaba con hambre.
               Luego del último bocado estuve debatiendo unos minutos conmigo mismo si pedía otra mitad o no. Finalmente me decidí por la negativa. Solicité la cuenta para retirarme lo antes posible de un contexto que invitaba a seguir comiendo.
                      La moza no se demoró en traernos la adición: $288.
                      Tal vez un tanto excesivo para terminar con hambre. ¿No?
               
                  





     

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