domingo, 19 de mayo de 2013

Allende la 32

             Sábado tipo nueve. Nublado, ventoso y un frío diarreico ayudaba a completar la  poco  estimulante postal para viajar a capital federal. Tercera y última clase de un curso dictado en la Facultad de Ciencias Económicas. A las diez había que estar en el tercer piso del viejo edificio de Av. Córdoba al 2100.
             Salí de La Plata con sueño, y con una idea fija: hacía dos semanas que pensaba en ella; desde la primera clase.
             Como todos en el curso y muchos otros en la FCE, yo también me dirigí, luego del primer intervalo, al buffet de planta baja. Ese día no hacía frío, había sol y el local estaba repleto, sin lugar para sentarse. Razón por la cuál, sólo pedí un café y un alfajor. Pero el trámite no tan breve, me sirvió para ver la foto y el precio: una Pizza mediana de Mozzarella $17. Poco antes de retirar mi pedido, pude ver, a unos veinte metros de distancia,  por el hueco que oficia de pasa platos, los ejemplares de prepizzas: nada mal, al molde y de aproximadamente veinte centímetros de diámetro.
_Antes de finalizar el curso, me llevo puesta una _ Me dije sin pensarlo demasiado.
           Tomé mi pedido y enfilé para el aula. Entre ascensor, escalera, pasillo y patio, a ciento cincuenta metros de distancia de dónde se encuentra el buffet.
           Dos semanas más tarde me iba a dar el gusto. Por suerte, o por haber hecho el intervalo más temprano, o por ambas cosas, había mucho menos gente. Todo el alumnaje se encaminó, como bestias domesticadas, hacia al local de planta baja. Personalmente sentía más frío y más hambre que tres hora antes al salir de La Plata. No estaba en condiciones de inanición, pero necesitaba meterle calorías a mi cuerpecillo: el aula era amplia y no contaba con estufas.
            Buffet de facultad. Sabemos que no se puede exigir demasiado, en cuanto a estética al menos. Salón de unos cien metros cuadrados, de materiales rústicos y más bien viejos, o antiguos si preferimos. Eso sí, bien iluminado: mientras se come, hay que repasar, por lo menos no tiene que haber dudas que se tuvo la intención de estudiar. Aceptablemente calefaccionado y mesas largas para seis personas con banquetas para tres de cada lado. Televisor encendido en una esquina, un mostrador de todo el ancho del local que separaba el salón de la cocina, fotos de cincuenta centímetros por lado enseñaban las opciones del menú estudiantil. También había heladeras exhibidoras cerca de la caja, en la punta más alejada del mostrador, de dónde una podía tomar la bebida elegida. Y demás detalles que no podré rescatar de mi memoria.
              Formé fila, hice la cola correspondiente, esta vez más veloz que las anteriores y llegué a la caja.
_Una Pizza de musarela_ pedí y aboné con un billete de cien. Me dieron el cambio y seguí el trayecto sugerido por el flujo de gente.
               Cinco minutos más tarde me entregaban la Pizza, bien caliente y en una bandeja de cartón que se dejaba influir por el la gravedad. Agradecido la tomé con ambas manos. También me agencié un par de cubiertos, previsiblemente de plástico,  y me acerqué a la mesa que tenía más próxima. La velocidad de la entrega me hizo sospechar del horno en el cuál la habían calentado.
_Aquí han hecho sacrilegio _ pensé y la imagen de un satánico microondas se me instaló en la cabeza.
                Ya instalado en una banqueta, comencé a observarla con mayor detenimiento: era al molde; de unos dos centímetros de espesor y con apariencia de ser poco crocante. Un detalle original: venía cortada en pequeñas porciones. No las conté, pero me atrevo a decir que eran dieciséis. Cómo ya mencioné estaba muy caliente y con el queso correctamente fundido y esparcido por todo el ejemplar, pero no en cantidad excesiva. Un segundo y medio luego de sentarme y apoyar la bandeja en la mesa, intenté tomar una porción.
             La incisiones estaban sólo sugeridas. Al tomar la primera, arrastré la Pizza completa y la bandeja con ella. Tomé los cubiertos he intente terminar el trabajo que había dejado inconcluso el maestro Pizzero. Tarea poco sencilla si se lleva a cabo con utensilios de plástico flexible. Realicé un solo intento y me di por derrotado. Dejé los cubiertos de lado, separé la porción elegida con las manos y la retiré de la bandeja.
             Para ser honesto debo decir que no pude discernir si había pasado o no por el microondas. Tal vez, afortunadamente, sea falta de experiencia con estos artefactos. Crocante no estaba, pero no se puede esperar que lo esté con cinco minutos de horno. Sí algo gomosa, pero no  demasiado. Tomé la porción con ambas manos. Antes de llevármela a la boca, la escudriñe con detenimiento: los ojos de la masa eran muy pequeños, lo que la hacían asemejarse más a pan que a Pizza. No estaba apelmazada, pero por ahí andaba.
           Luego del primer mordisco, que engullí con poca gracia, no me sentí defraudado: caliente, voluminesca, sabrosa, con aceptable cantidad de queso, y toda para mi solo a diecisiete pesos. Así y todo, hay que reconocer que encontraré muchas Pizzas muy superiores; casi todas. Pero como nos ha enseñado don José Ortega y Gassetel hombre es en sus circunstancias. Y en éstas que me rodeaban, estoy convencido que no había nada mejor que esta Pizza. Salvo una morocha voluptuosa y de flequillo, en la mesa contigua, que no paraba, ni por un minuto, de ignorarme. Completamente.       
            

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