viernes, 1 de noviembre de 2013

Uno y sus circunstancias





          L'otro día volví a verificarlo: uno es con sus circunstancias. Ya sé, no descubro nada. Pero siempre es bueno recordarlo. Lo que un día nos parece indudablemente bueno, muy posiblemente otra jornada nos resulte decididamente malo. O viceversa.
           Hace un par de días debí realizar una tarea por la zona de City Bell. Salí en bicicleta tipo nueve menos diez de la mañana y estuve fuera de casa aproximadamente 10 horas. Durante este tiempo, sólo tomé mate y sufrí el frio intermitentemente, de acuerdo a los caprichos del clima.

          Para eso de las cinco de la tarde se había largado a lloviznar. Y justo las cinco de la tarde resultó ser la hora de emprender el regreso al hogar. No tenía muchas alternativas: o salía a pedalear y me arriesgaba a que la llovizna se tornará lluvia; o aguardaba bajo techo que el tiempo se dejara de indefiniciones.
           Opté por la primera alternativa. Me puse el poco abrigo que había llevado conmigo, me calcé la mochila con la notebook, monté la bici y comencé a pedalear hasta tomar el Camino Gral. Belgrano. Y por aquí continué derecho hasta el Carrefour, para luego tomar la avenida 19 y seguir recto hasta prácticamente llegar a casa.
           Desde dónde estaba, hasta mi destino sumaban alrededor de nueve kilómetros. No son muchos, cierto. Pero mal comido, con una llovizna que amenazaba en aumentar de calibre, viento y con frío desde hacía horas, nueve kilómetros eran demasiados. Pero con perseverancia, resignación y frío llegué a casa según lo previsto: cuarenta minutos.
            Dejé la bici contra la pared. Entre a casa, me saqué la mochila, me froté las manos unos segundo y comencé la búsqueda de algo que comer. Lo primero que encontré fue la odiosa perra de mis hijas, que desconfiada de mi rostro de pocos amigos, huyo con solo verme.
            Lo segundo que encontré fue los remanentes de una milanesa con tomate. No más grande que una medalla olímpica, no saciaba mi hambre de gloria ni de la otra. Seguí hacia la heladera. Continuaba sin hablar. Sólo había saludado con un escueto hola, que no recuerdo si me respondieron. Abrí la puerta de la heladera y la vi. No dudé, parecía estar esperándome a mí, personalmente a mí y a nadie más.
           Tomé la caja de cartón que en su parte superior decía La Piecita, pizzas para llevar. Hacía no recuerdo cuántos días hacía que la media Pizza yacía en la heladera. Tomé una porción, la coloqué y la introduje en el horno eléctrico. Ni bien pude percibir los efectos del calor sobre el queso, la retiré.
           No me senté. En la mesada nomás de la cocina,  le entré como Salamanca al piano. De las mejores cosas que me habían sucedido en la semana. De sus anteriores tres puntos, había subido hasta un ocho, o más también. Y sin dudas era la misma Pizza.
           Podría desdecirme de todo lo vertido en la entrada donde describí mi parecer sobre la otra mitad de esta Pizza. Pero como ya he explicado, hay una cantidad de factores subjetivos que hacen a la foto que son mis relatos. Y ninguno de los dos esta equivocado; estoy convencido de ello.
          

1 comentario:

  1. Como se puede ser tan cruel dejando una pizza encerrada por vaya uno a sabe cunatos días en la heladera? ella queda en la caja o se queda en el molde si uno se lo pide, esperando el amanecer en el que café con leche mediante se rememora la noche anterior.
    La heladera es para los fiambres.
    Saludos cordiales Gustavo

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