sábado, 22 de septiembre de 2012

Simpleza y rusticidad






           A continuación un buen texto escrito con otro fin completamente distinto al de ser expuesto aquí. Sin embargo resulta importante y gráfico para machacar en lo conceptual que subyace en este blog. 
     Las líneas que lo conforman dan una idea clara de porque la Pizza y la Birra son como Pucho y el Profesor Neurus: sólo por cuestiones de fuerza mayor y difíciles de justificar las veremos por separado.
     Con ustedes la primera parte.

          Simpleza y rusticidad: dos de las características más acentuadas y particulares de una cerveza; sin importar el tipo, el color ni la procedencia. Y son éstas las cualidades que diferencian la cerveza de otras bebidas alcohólicas a las que se le presta comúnmente más atención y mayor respeto. Esto tal vez sea resultado de la suma de dinero que se debe desembolsar para poder disfrutar de brebajes portadores de afamadas etiquetas como algunos whiskies, ciertos champanes y muchos vinos.

          Beber una cerveza, inclusive una de las mal llamadas de alta gama, es definitivamente menos ampuloso y menos barroco que consumir vino; su más frecuente competidor a la hora planear una reunión o una comida.

          Un vaso, uno de esos que se encuentran en nuestra alacena diaria, basta a la hora de degustar una cerveza. Y muy a menudo, incluso, se puede prescindir de él. Por el contrario, aquellos que se dicen cultores de Baco gustan de tener a mano toda una panoplia de objetos cuya carencia va en desmedro del disfrute del vino elegido. Son variados los elementos devenidos necesarios para beber este producto hecho a base de uvas; a saber: copa adecuada al vino en cuestión; saber cómo tomar esa copa y de qué manera manejarla para lograr el mayor obtención de aromas y sabores; un refrigerador acorde para alcanzar la temperatura necesaria que permita resaltar algunas de sus mejores características; el termómetro para no excederse en dicha temperatura; el aireador para obtener mejor provecho de la bebida.  Sin contar la cantidad de cursos y catas a los que asisten los que gustan del buen vino para saber qué es y cómo disfrutar el que le han servido. A esta resumida lista se le debe agregar un largo y suntuoso etcétera que por el momento no detallaremos.

          Como diría un matemático marxista: la credulidad librada a las leyes de mercado tiende a infinito. Por eso no hay que pasar por alto el tan renombrado maridaje. Otro ítem y otra etapa en la que hay que detenerse a la hora de elegir un vino. ¿Carnes rojas o carnes blancas? ¿Pastas o pescado? ¿salsas multicolores o monocromáticas? ¿Al horno o a la parrilla? Aquí también surge el contraste: la noble cerveza, resiste que se le arremeta con casi cualquier comida: unas empandas o una de mozzarella es suficiente para deleitarse con esta bebida.

          Alcanza con leer un poco. Tampoco hay tanto de dónde elegir para conocer la historia de la cerveza. Un par de páginas son suficientes para dar con sus destinatarios tradicionales: estibadores portuarios y soldados imperiales, se encuentran entre los más numerosos. Tal vez sea conveniente incluir ascetas monjes del Medioevo. Terceros en cuestión que no hacen más que sugerir con más elocuencia las razones por las cuales la simpleza y rusticidad son elementos estructurales de la cerveza. Los paladares rudimentarios y ásperos de estos sectores sociales de antaño cuadraban a la perfección con esta bebida y no con otras más complejas y elaboradas.

          La cerveza, quizá por su origen medieval y místico, pareciera tener la facultad de trasladar su simpleza y rusticidad a aquellos que le rinden culto.
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