A continuación un buen texto escrito con otro fin completamente distinto al de ser expuesto aquí. Sin embargo resulta importante y gráfico para machacar en lo conceptual que subyace en este blog.
Las líneas que lo conforman dan una idea clara de porque la Pizza y la Birra son como Pucho y el Profesor Neurus: sólo por cuestiones de fuerza mayor y difíciles de justificar las veremos por separado.
Con ustedes la primera parte.
Simpleza y rusticidad: dos de las
características más acentuadas y particulares de una cerveza; sin importar el
tipo, el color ni la procedencia. Y son éstas las cualidades que diferencian la
cerveza de otras bebidas alcohólicas a las que se le presta comúnmente más
atención y mayor respeto. Esto tal vez sea resultado de la suma de dinero que se
debe desembolsar para poder disfrutar de brebajes portadores de afamadas
etiquetas como algunos whiskies, ciertos champanes y muchos vinos.
Beber una cerveza, inclusive una de
las mal llamadas de alta gama, es definitivamente menos ampuloso y menos
barroco que consumir vino; su más frecuente competidor a la hora planear una
reunión o una comida.
Un vaso, uno de esos que se encuentran
en nuestra alacena diaria, basta a la hora de degustar una cerveza. Y muy a menudo,
incluso, se puede prescindir de él. Por el contrario, aquellos que se dicen
cultores de Baco gustan de tener a mano toda una panoplia de objetos cuya
carencia va en desmedro del disfrute del vino elegido. Son variados los
elementos devenidos necesarios para beber este producto hecho a base de uvas; a
saber: copa adecuada al vino en cuestión; saber cómo tomar esa copa y de qué
manera manejarla para lograr el mayor obtención de aromas y sabores; un
refrigerador acorde para alcanzar la temperatura necesaria que permita resaltar
algunas de sus mejores características; el termómetro para no excederse en
dicha temperatura; el aireador para obtener mejor provecho de la bebida. Sin contar la cantidad de cursos y catas a los
que asisten los que gustan del buen vino para saber qué es y cómo disfrutar el
que le han servido. A esta resumida lista se le debe agregar un largo y
suntuoso etcétera que por el momento no detallaremos.
Como diría un matemático marxista: la
credulidad librada a las leyes de mercado tiende a infinito. Por eso no hay que
pasar por alto el tan renombrado maridaje. Otro ítem y otra etapa en la que hay
que detenerse a la hora de elegir un vino. ¿Carnes rojas o carnes blancas?
¿Pastas o pescado? ¿salsas multicolores o monocromáticas? ¿Al horno o a la
parrilla? Aquí también surge el contraste: la noble cerveza, resiste que se le
arremeta con casi cualquier comida: unas empandas o una de mozzarella es
suficiente para deleitarse con esta bebida.
Alcanza con leer un poco. Tampoco hay
tanto de dónde elegir para conocer la historia de la cerveza. Un par de páginas
son suficientes para dar con sus destinatarios tradicionales: estibadores
portuarios y soldados imperiales, se encuentran entre los más numerosos. Tal
vez sea conveniente incluir ascetas monjes del Medioevo. Terceros en cuestión
que no hacen más que sugerir con más elocuencia las razones por las cuales la simpleza
y rusticidad son elementos estructurales de la cerveza. Los paladares
rudimentarios y ásperos de estos sectores sociales de antaño cuadraban a la
perfección con esta bebida y no con otras más complejas y elaboradas.
La cerveza, quizá por su origen
medieval y místico, pareciera tener la facultad de trasladar su simpleza y
rusticidad a aquellos que le rinden culto.
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