viernes, 4 de octubre de 2013

Vintage

        Olor a Pizzería!!! Esta nota, en una ciudad inundada de detalles cool y propuestas gastronómicas fashion disfrazadas de cocina gourmet, da cuenta de una situación cada vez más difícil de encontrar.
         Si uno llega con hambre a Bacci, el aire cargado de olorcito a Pizza recién elaborada hace que las ganas de comer se le multipliquen rápidamente por ocho. Y eso me sucedió el martes al mediodía, ni bien crucé la puerta de este local.
            Hacía unos días que había invitado a mis dos hijas a comer.
_ ¿Quieren ir a comer Pizza? _Les propuse y un tanto, reconozco, les induje la respuesta.
        Ellas, como respondiendo ciegamente a su carga genética respondieron con un contundente,
_ Sí!!!
       No había lugar para dudas, titubeo, negociaciones, ni tomas y dacas, tampoco necesidad de buscar alternativas: comeríamos Pizza y lo haríamos re felices. Y por mi parte dinamitando la dieta auto impuesta desde el primero de setiembre.
        A las doce del mediodía retiré del colegio a mi hija más grande. Media hora más tarde a su hermana. De manera poco habitual en estos tiempos, pude cruzar el centro platense sin maldecir ni envejecer demasiado. Una menos diez tomábamos la diagonal 79. Y también de manera poco común, encontramos lugar para estacionar sin necesidad de dar vueltas como un perro antes de acostarse.
        Cien metros nos separaban de Bacci. Caminamos bajo el sol de un día complicado de definir, y en pocos minutos nos encontrábamos sentados dentro del local. Sin temor a equivocarme, osaría afirmar que todos los detalles, para bien o para mal, cada uno sabrá, hacen de Bacci una Pizzería diferente. Al menos en la ciudad de La Plata.
        Lo que deberíamos llamar el salón propiamente dicho, no despliega más de 90 metros cuadrados. Dos tercios de esto destinado a las mesas, el tercio restante para el ancho mostrador y los dos empleados que van y vienen de la cocina; llevando Pizzeras vacías y trayéndo otras con Pizzas recién horneadas.
        Parado frente al mostrador, uno puede pedir y, lo más importante, comer la cantidad de porciones que le plazca. A $9 la unidad, el que desea las puede solicitar también a la mesa. Estoy convencido, pero suelo equivocarme: esta es una posibilidad que no brinda ninguna otra Pizzería platense.
       Contados minutos luego de arribar, uno de los empleados que desfilaba detrás del mostrador se desvió de su recorrido y nos acercó la carta. Una simple hoja A4 plastificada; en la parte superior, el logo de Bacci y debajo de este, la leyenda que reza desde 1940 haciendo la pizza artesanalmente.
       Una hoja alcanza y sobra para el menú: veintinueve variedades de Pizzas, en muchos casos variaciones de una misma clase; como por ejemplo cuatro clases de Pizza de cebolla, dos de versiones de Pizza de anchoas: la tradicional de tomate y la más heterodoxa que porta mozzarella. Vino tres cuartos, Heineken, moscato y gaseosa. Nada más; y para qué más.
           Por si no se percataron, subrayo: ni siquiera hay empanadas, ni postres; sólo Pizza. Vamos todavía!!!
        En segundos nomás, sin siquiera prestarle atención al menú, mis hijas tomaron la iniciativa y pidieron media cuatro quesos y media Napolitana. Más dos gaseosas.
         El hambre y el aroma a Pizza se conjugaron para que me pareciera una eternidad lo que en realidad sólo fueron poco más de diez minutos de espera. En ese lapso de tiempo nos trajeron los platos y los cubiertos. Los  primeros, poco comunes en el rubro: pequeños y de acero inoxidable; tal vez un tributo a la calidad inalterable de las Pizzas de Bacci; los segundos, sencillos y efectivos Tramontina, unos con mango de madera, otros de plástico. Luego trajeron los vasos y las gaseosas.
          El  piso del salón, y las paredes hasta la altura de algo más de un metro, se encuentran revestidas en antiguos cerámicos blancos, cuadrados y de veinte centímetros por lado. Hasta el techo las paredes continúan pintadas de un color terracota oscuro con signos de ser de reciente aplicación. En casi todo el perímetro del salón se suceden apliques de luz que, me atrevería a decir, son más de jardín o plaza que de interior. 
         Las mesas suman diecinueve; para cuatro personas cada una, incómodamente sentadas, por cierto. Sin excepción, cada una de ellas muestran sin pudor el deterioro producto del uso acumulado por décadas. Todas detentan sólidas patas y una estructura de metal sobre la que descansa una tabla de aglomerado revestido en fórmica blanca sólo en la parte superior.
            Además de ser rústico y espartano, el local de Bacci da la impresión de estar detenido en el tiempo: no hay plasmas, LCDs, ni televisión de ninguna clase. Tampoco hay radios encendidas que inunden el ambiente con música de moda. Si a estos datos se le suma que además de mis hijas y yo, sólo había tres comensales más, las postal dibujada, da cuenta de un espacio cómodo en el cuál no es necesario aguzar ningún sentido para lograr comunicarse con la persona que uno tiene en frentre.
         Admitiré que vine con ganas, pero con cierta desconfianza.  Solamente una vez había amarrado en Bacci a la hora de las Pizzas. Fue de noche, y mis amigos Juan Duizeide, Marcelo Crespo y Celeste Medina me acompañaron en esa ocasión. Discusión política de por medio con Juan, todo salió perfecto esa velada. Pero no sé por qué me quedó empotrada en el cerebro la idea de estar excesivamente cargadas las Pizzas de Bacci. Idea que andaba en bastante sintonía con otros vagos recuerdos de Pizzas de Bacci comidas en la casa de mi padres.
          Quizá esta imagen un tanto prejuiciosa y distorsionada de las Pizzas de Bacci responda a una carencia informativa: en la carta de esta Pizzería hay dos opciones cuya denominación contiene el adjetivo recargadas. Tal vez sin saberlo en todas mis experiencias con estas Pizzas me haya enfrentado a las relaoded.
           Finalmente la Pizza fue puesta ante nosotros. Reposaba en una placa circular de madera terciada muy maltrecha, quizá demasiado. Una vez la pizza en este sitio, quedó corroborado que de ser cuatro comensales, cada centímetro cuadrado de la mesa se hubiera tornado un bien escaso.
         Impresionante. Esta es la palabra que de forma cabal mejor representa las Pizza que teníamos enfrente. De diámetro estándar pero alta: un digno ejemplar de Pizza de molde. Nada de media masa o a la piedra, ni ninguna otra cuestión extraña. Una pulgada: la Pizza promediaba este grosor y en el centro lo superaba sensiblemente. Cargada sin ambages, el queso fundido de ambas mitades se dejaba caer por todo el perímetro de la Pizza. Así es que el borde, por lo general desnudo y crujiente por su exposición al calor directo del horno, en este caso, había desaparecido debajo del manto uniforme y matizado del queso fundido. En todo el perímetro, el queso derramado y en contacto con la asadera se hallaba notoriamente gratinado dándole una apariencia irresistiblemente apetitosa. A esta postal hay que agregarle una generosa cantidad de bastonsitos de morrón rojo y finas rodajas de tomate que completaban la mitad Napolitana, igualmente tentadora.
           Serví a mis hijas las respectivas porciones: Victoria Cuatro Quesos, la más pequeña Napolitana. Corté en trozos manejables la porción de Sofía y me serví la mía. Opté por una de Quatro Formaggi. A riesgo de ser repetitivo, insisto con el concepto: impresionante. La masa bajo los efectos de la presión de los cubiertos no se apelmazaba ni deformaba: incólume se mantenía en su dimensión original hasta ser engullida por las fauces de quién escribe. Los ojos de la masa, producto de la fermentación de la levadura, no eran muy grandes, como la Pizza de GordII, ni muy pequeños como los de un pan lactal.
                 Victoria y Sofía más que contentas con lo que estaban degustando. Una porción para cada una resultó suficiente. Por lo habitual necesitan bastante más para saciarse. Yo continué con una Napolitana. Todo en concordancia con la anterior. Se podría agregar que al servir esta porción quedó visible las lonjas de jamón cocido con las que preparan en Bacci esta variedad. De a poco desapareció esta porción de mi plato, a las que le siguieron otras tres. Quedé pipón como una boa que acaba de engullir a su presa.
                   La charla prosiguió ininterrumpida hasta el momento de irnos. Minutos antes me acerqué al mostrador, pedí la adición y pagué: $98.
                     
                     
      
       
           

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