miércoles, 1 de agosto de 2012

Sacrilegio

       La jornada viene mal barajada. Nada ha salido como suponíamos. Ya es de noche: lo único que nos queda es volver a casa. Como es de esperar un día como este, lo haremos luego del horario habitual; mucho más tarde de lo que indica la rutina.
      Llegamos a casa con hambre y sin ganas de nada; mucho menos de cocinar. Sólo queremos comer algo, bañarnos y dormir. Abrimos la puerta y prendemos las luces: ni migas para las cucarachas. Dejamos caer nuestros bártulos al piso y enfilamos directo a la heladera. La abrimos y ahí esta ella, la salvadora.
      Dos porciones de Mozzarella que quedaron de rezago de antenoche. Para un Pizzario de ley, comer esto es algo cercano a un sacrilegio difícil de perdonar. Sin embargo todos somos humanos y la carne es débil: sin pensarlo dos veces, estiramos el brazo y sacamos de la heladera el pequeño plato que las contiene. Para hacer todo más pecaminoso, manoteamos una gaseosa tibia y con poco gas.
       Ya sentados a la mesa, nos disponemos a comer, como si fuera un elixir o un bocatto di cardinalli. Damos el primer mordisco, y comprobamos que los prejuicios no conducen a nada. Estamos comiendo uno de los mejores platos a los que puede acceder el común de los mortales: lo que hay.
        Cuando el mundo tira para bajo, es mejor no estar atado a nada, aconseja Charly. Ser esclavos de prejuicios, nunca es bueno, mucho peor si las situación es precaria y no te da alternativas ni opciones. Un plan J, puede tornarse un un plan A de lujo si las circunstancias así lo ameritan. Disfrutar de  una Pizza fría y vieja puede ser el mejor de los ejemplos de ello.
     

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